domingo, 25 de septiembre de 2011

Perenne.

La alfombra
de este otoño
tan gris
se ha esparcido
por el suelo

de la misma
forma
que la neblina congelada
de un domingo por la tarde
empaña los cristales
del coche al subir
el puerto de montaña.


Los cúmulos
de vacío,
sucios
difusos,
amanecen
y aparecen cuando
entra la noche
también,
se pegan a
mi cuerpo para
entorpecer el paso
sobre todo
para volver en
blanco
todas las ideas.

Esta noche
sólo veo delante
dos Budweisers frías
y una cajetilla empezada
de cigarrillos,
algún sonido de la calle
y algún otro saliendo de
discos
de antes.

Esta madrugada
el mundo sigue
fuera
de este muro
invisible
infranqueable
que no sé por qué
cojones ha venido
a encerrarme.

Porque la vida era
otra cosa
totalmente diferente.

Y caminábamos por la
calle siempre pensando
en que algo mejor vendría
después.

Ahora
(un trago y dos
caladas),
sólo estoy pensando
lo que escribo
esperando que
ocurra algo

para que,
aunque no se vaya el
otoño,
nos volvamos a encontrar
en otra estación.

No hay comentarios: